sábado, 23 de junio de 2007

CONVERSACIONES CON MI GATA


NAHUAL


-Ya sabes que cuando quieras puedes venir a verme. Nos podemos encontrar aquí, en el Río de las Piedras. Habrás observado cómo vengo todos los días sobre estas horas. Juntos miraremos los atardeceres rojos que se forman detrás de esas montañas tan altas. El pico de allá arriba es el Yerupaja.

Si te portas bien, te podré dar un poquito de pescado. No creas que va a ser fácil. Toda mi familia depende de la cantidad de peces que lleve a casa. Me necesitan para darles de comer. Somos muchos hermanos. Yo estoy en el medio. Aquí donde me ves, acabo de cumplir los ocho años.

Hace unos meses, mi hermano mayor de doce, me enseñó cómo debo meterme en el río sin mover un solo músculo y esperar que los peces se acerquen a mí, después muy lenta y suavemente cogerlos con todas mis fuerzas y a la vez con suavidad, que eso es lo difícil, para inmediatamente, salir del agua y echarlos en el cesto.

Unos días son más afortunados que otros. Si los peces son muy grandes, no puedo con ellos y otras veces, si están muy escurridizos, se me escapan de las manos. Entonces tengo que esperar un rato muy largo hasta que vuelven a aparecer cerca de mí.

Calla y no te muevas. Estoy a punto de atrapar uno. ¡Qué contentos se van a poner padre, madre y el chiquitín Tupac!

¿Sabes? Creo que tengo mucha suerte. Vivimos todos en mi familia. Maria Emma y Atahualpa, mis dos amigos, han perdido a sus padres. No sé muy bien que ha pasado pero debió ocurrir algo grave porque María Emma, que siempre ha sido la más habladora de todos, se ha callado y no ha habido forma de hacerla hablar, ni sonreír. Atahualpa, por el contrario, no paraba de llorar.

Hace unos días vino por aquí el Padre Luis y se llevó a mis amigos a la misión. Yo sé que ellos van a estar muy bien. Me gusta cuando el sacerdote viene y pone la mano en mi cabeza, después dice con una voz muy cariñosa:

- Nahual qué majo eres. Tan pequeño y tan responsable.

He estado sin hablarte un rato porque era muy importante que los peces no sintiesen ningún movimiento ni sonido extraño y ahora ¿ves? ya tengo uno ¿A qué es grande?

Si quieres podemos sentarnos aquí un ratito y descansar un poco. Déjame que te acaricie tu pelo rojo. Se parece un poco, sólo un poco, a los colores que va formando, nuestro Dios Intí, el sol, al ocultarse en las montañas.

Cuando sea mayor me gustaría saber pintar. Pintaría este río, las flores y los árboles. Mi cuadro estaría lleno de azules, como el cielo, violetas como los atardeceres, y sobre todo tendría el color amarillo. ¡Me gustan tanto las flores amarillas! Por supuesto no faltaría el color verde. ¿Qué sería del río si no existiese este color?

No te enfades, que en el centro del cuadro estarías tú comiéndote este pez que acabo de pescar. También pondría por encima de las nubes ese cóndor que ahora pasa por aquí. Míralo, es muy bonito. El viento de los alisios no tiene color, pero también estará en el cuadro.

Ya veo cómo te relames con sólo decírtelo. Por ahora confórmate con un poquito de esta aleta y no se te ocurra decirlo a nadie. Es peligroso para ti y para mí.

Mañana, si quieres, puedes venir otra vez sobre estas horas. Te espero siempre con una condición: no le digas nunca a nadie que Nahual te da un trocito del pescado que él pesca.

Adiós. Hasta mañana. ¿Ves? me he hecho una ocarina que toco cuando vuelvo a casa, como hoy, contento. ¿Quieres oírla? ¿A qué suena bien?

Espera. No corras. Necesito llamarte de alguna forma. Eso de gata no me gusta. Tú eres especial. Ya sé, te bautizo con el nombre de Ayllu, porque somos incas, formamos toda una unidad familiar y vivimos en Perú.

Luz del Olmo

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